Parecía que nadie podía esperar de esto, aunque podían haberlo sabido al principio, cuando una vez Alsira y Vanshiro se internaron un tanto desafiantes en el nuevo territorio más agreste que habían visto, y que los había rodeado misteriosamente aquella violenta tormenta.
Estuvo durante días sin probar alimento, tiempo que a la vez demoró en despejarse el cielo y aparecer nuevamente el sol radiante, mostrando toda la belleza blanca de las montañas. Hasta que un día dos niños que iban detrás de un pequeño rebaño de cabras y ovejas encontraron, y lo rescataron.
Eran pequeños pastores esporádicos pertenecientes a una aldea. De la aldea subían hacia las montañas, ésta vez como a modo de explorar. Les encantaba oír sus voces repetirse por el eco de estas montañas.
El niño caminaba en silencio con la vista en el suelo, la niña en ese momento iba entonando la melodía de una vieja canción, y, de repente se detuvo en seco, alzó los ojos nerviosamente al ver una extraña cosa rara, a unos veinte metros de distancia. Las letras de la canción resbalaron de sus labios al suelo. Sin embargo dejó escapar un grito hundido. La niña no podía creerlo lo que sus ojos estaban viendo al igual que su compañero.
Se habían estremecido ambos, sobresaltados. Pero no servía de nada, que perdieran la calma, y pegaran la vuelta por el gran susto, sino, más bien con el sigilo más prudente siguieron adelante para que lo vieran de más cerca la cosa.
Los dos niños armándose de valor se acercaron despacio para averiguarlo con el corazón golpeándoles las paredes del pecho. En un momento les pareció como un animal... aunque no supieron describirlo en ese instante, pero era algo que se movía allí. ¿Un ciervo grande entrampado, tal vez? No. Eso no era posible. Casi de inmediato descartaron la idea de algún animal conocido.
Al principio se asustaron de su aspecto raro, pero después comprendieron que no había nada malo en los ojos tristes de color amarillo del dragón. Era tan hermoso ver el color verde, brillante de sus finas escamas acorazadas bajo el sol, cambiantes. Por los cuernos y los colmillos cortos podían adivinarlo de que no tenía mucha antigüedad. Se plantearon muchas preguntas y ningunas parecían responderse. Entonces los niños al darse cuenta de que estaba tan hambriento le dieron de comer un poco de ciruelas y lo hicieron beber abundante agua en un cuenco de arcilla. El joven dragón comió con qué ganas, y tan pronto se repuso de fuerza hasta poder intentar caminar nuevamente sobre sus cuatro patas; esto los puso contentos a los dos niños. Quedaron así, fascinados como nadie desde ese primer momento en que lo conocieron.
Si una persona mayor habría estado presente en aquel instante, y habría sabido de qué se trataba, casi seguro es que habría exclamado asombrada: “bah, qué dragón tan extraño hallaron en las montañas después de una gran tormenta”. Pero nadie más estuvo allí, que los dos niños pastores.
Y, más tarde, era necesario que se plantearan: qué podían hacer con él.
—Ahora tenemos un dragón ¿qué haremos, Wawa?—dijo el niño atándose los pasadores de las zapatillas.
—Cuidaremos de él —contestó la niña sin dudar.
—Umm... pero ¿cómo?—cuestionó.
—¿No tienes otra idea tú, Jerónimo?
Negó con la cabeza el niño.
Ambos niños pensaron en silencio durante un largo momento. Varias ovejas y cabras los miraban extrañados resoplando, alarmadas como si también quisieran una explicación. Tenían los ojos fijos sobre el joven dragón casi al igual, que Jerónimo y Wawa, ya que estaba lastimado, todavía temblaba de frío. Y, después de esto exclamó Wawa:
—¡Ah, ya sé, tengo una mejor idea!
—¿Cuál? —lo miró interrogante a los ojos de la niña, Jeronimo.
—Lo esconderemos en el Castillo Prohibido de las aldeas—dijo aliviadamente, y agregó en seguida más la segunda idea—, también podríamos encontrar alguna cueva que estuviera a oscuras...
—¡Sí! Perfecto—aprobó emocionado el niño, pasándose las manos sobre su cabello negro, como si habría dejado escapar esa idea de su cabeza.
—Podríamos allí preparar su nido para que duerma el resto de la noche.
Pero de repente la sonrisa del niño desapareció.
—Pero, Wawa mi papá y mi mamá se darán cuenta, no aprobaran esto y se enojaran conmigo—respondió Jerónimo, temeroso del solo pensarlo en esto, dejando escapar a la vez un suspiro con cierta tristeza.
Todavía la sonrisa de la niña se borró más, como si abría recibido un golpe y poniéndose seria.
—Tal vez—dijo la niña con firmeza con los ojos tristes de compasión puestos sobre el dragón caído—. Pero no lo podemos abandonar aquí, se morirá...
Se sentaron sobre una piedra para quedarse contemplando lo que con dificultad se movía el dragón. Era media mañana.
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