Unas horas más había transcurrido, cuando se encontraban sobre ese nuevo territorio más sombrío que jamás habían conocido, como si allí estuviera el sentido de la verdadera aventura del día.
La señora dragona nunca antes había estado por estos lugares.
Aunque no se daban cuenta, mientras atravesaban aquel territorio, el cielo azul ya no estaba igual como hacía horas antes, las algodonadas nubes blancas intensamente plateadas se estaban opacando poco a poco, parecían traicionarles en cualquier momento. Iban apareciendo súbitamente aquí allá nuevas nubes oscuras que se cuajaban, hasta que el cielo se transformó rápidamente de un color plomo uniforme y amenazador. A lo lejos en el horizonte por donde habían pasado se garabateaba centelleantes rayos luminosos, como si conectara el cielo a la tierra toda su energía. Más luego los relámpagos ya tronaban cerca de ellos como si estuvieran furiosos. Una gran muralla de lluvia oscura de la tierra al cielo venía detrás de ellos a toda marcha, como si quisiera tragarles vivos. De pronto apenas se daban cuenta de esto les sorprendió mojándoles sin que pudieran hacer, casi ya nada. La lluvia los pasó a gran velocidad adelantándolos.
De vez en cuando encontraban tiempo para sacudirse.
Media hora después, todavía iban a una altura muy baja, debido a que el pequeño dragón tiritaba al sentir mucho frío en ambas alas, si subían un poco más arriba, sobre el pico de las montañas.
Como habían prometido, la noche anterior: batían las alas sin dejar de mirarse, ni perderse de vista, sin separarse, y con el mismo ánimo como cuando salieron, como si fueran dos gigantes murciélagos verdes bajo la lluvia.
Con las vistas ofuscadas y confundidas, y los estómagos vacios continuaron viajando sin descansar casi todo el día en medio de aquella tormenta y tiniebla. Parecía todo esto una locura.
La señora dragona entre otras cualidades buenas que poseía, siempre en algún momento solía mostrarse como alguien caprichosa irrefrenable, defecto que nadie se lo habían echo notar (hasta entonces), ni siquiera el propio Vanshiro. Y, a pesar de esa lluvia oscura, de todos modos seguían adelante, empapados chorreantes de agua, como si el viaje les iba a recompensar finalmente con una posada y una buena cena al cabo del día.
—¡Debemos seguir!—dijo jadeante la dragona.
—¡Mamá, pero tengo mucho frío!—se quejó ésta vez, Vanshiro como si ya habría agotado, en un momento casi toda su energía.
Y más adelante el joven dragón mientras seguía a su madre planeando, batiendo las alas con fuerza para mantenerse siempre a flote (por encima de más ríos, valles, bosques casi sin distinguir nada), sólo quería obedecer a su madre; pero (por una parte) iba tan contento, de haber aprendido a volar en su primer día de salida, pensando que pronto volaría solo, mucho más lejos para conocer otros nuevos territorios más. Ésta era su mejor oportunidad para aprender. Parecía que había alcanzado su feliz día; mientras tanto, también por su parte, la señora dragona Alsira, estaba convencida de que por fin había alcanzado, uno de sus mejores sueños en este día.
Una extraña neblina plateada de forma humana flotaba silenciosa y lentamente hacia ellos, como si esta vez intentara cerrarles el paso. Y después se oía una risotada cercana a cada rato, perforándoles los oídos de los dragones con esa voz diabólica.
—¿Que es aquello, mamá?—preguntó cuando una vez notaron la presencia de la extraña neblina fantasma plateado que se acercaba hacia ellos.
—Es un Vapor Maldito—repuso la dragona sin dar importancia—. A veces conocen como el Fantasma de la Tormenta.
La ausencia del sol, cada vez más hacía que esas montañas parecieran a una noche violenta, y ellos sin dudar todavía iban adelante, como quien se pone a desafiar el reto, desesperadamente a la última hora. Y el fantasma plateado del Vapor Maldito les continuó persiguiendo en las siguientes horas.
Cuando eran más de media tarde, todavía parecían extraviados huyendo del Vapor Maldito humillados, estaba claro de que la tormenta los había atrapado, aunque eso no podía ser cierto. Porque tenían todavía la esperanza de que la tormenta pudiera calmarse en cualquier momento, aparecer el sol por un hueco del cielo dejándoles la libre visión. Y que la niebla se pudiera despejarse... pero nada, nada de esto habían imaginado.
Pero mientras continuaban así surcando la fría y densa oscuridad tuvieron un accidente fatal: un rayo electrizante les alcanzó, y totalmente cegados chocaron estrepitosamente contra las filudas rocas que eran una de las crestas más peligrosas de las vertebradas montañas nevadas del territorio desconocido.
—¡Nooo...! —había gritado la señora dragona y su voz resonó en todas las paredes de las rocas, seguida por las carcajadas del Maldito Vapor.
Entonces, ambos se estrellaron precipitándose a un profundo abismo sobre una hondonada de rocas envueltas en nieve, cubiertas por las neblinas: la madre murió instantáneamente y el pequeño dragón sobrevivió, quedándose huérfano y mal herido, porque se estropeó gravemente las delicadas alas membranosas.
Entonces la tormenta se calmó, y el Vapor maldito plateado se difuminó en medio de la oscuridad. Se había consumado la aventura de aquel martes fatal.
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