domingo, 15 de abril de 2012

El Virundino Hardy Peter Pan


Ilustración de Hardy Peter  Pan en la plaza de Virundo
Mi nombre es Hardy Peter Pan, apenas soy un fantasmita. Nací hace mucho tiempo. Os ruego, que no vayan a asustarse de mi, sin antes de saber quién soy.
Honestamente quisiera también saber, a cerca de quien soy y de mis padres, si es que no he perdido la memoria por causa de algún accidente.
Sólo sé una cosa: me desperté aquella tarde, en la plaza de un pueblo desconocido, llamado San Juan de Virundo. Esto es importante, si es que todavía no tenéis idea, el pueblo de Virundo está en el corazón de unas lejanas y elevadas montañas.
Y, entonces, aquella tarde, mientras yacía de espaldas en el suelo, lo primero que recuerdo es haber contemplado largas horas el cielo gris, con mis tristes ojos; luego haber descubierto que podía respirar y moverme.
Es así que, me puse de pie. Las personas pasaban cerca de mi, sin siquiera mirarme, exactamente como si yo fuera una cosa sin importancia. Y empecé a caminar entre la gente, pero había un problema, al parecer nadie me veía.

Recuerdo también que una persona me pisó el pie, y, otras me atravesaron el cuerpo, como si yo fuera una  sombra, un aire... Entonces sólo así, comprendí que yo era un fantasma, ¡qué triste para mí!
Muchas horas pasé angustiado y deprimido, acurrucado en un rincón de la plaza, bajo la lluvia. Quería llorar y lamentar mi destino. Al saber que yo era diferente a ellos, y pensar que nadie me iba aceptar, nadie.
Ya saben, que a los fantasmas no se le puede ver ¡mejor dicho!, que se le puede ver, sólo de vez en cuando ¿Verdad? Yo era uno de estos.
Aunque traté de convencerme, de que yo estaba echo a imagen y semejanza de las personas humanas, no podía ser igual a ellos. ¡Las personas seguían sin verme!
Y, pero después de aquella noche de oscuridad, tuve una mejor mañana. Sonreí pronto, al encontrar un amigo: un perro grande y probablemente abandonado por sus dueños; y mi segunda alegría fue también al descubrir un grueso y añoso árbol de eucalipto, a la cabeza de la plaza. Más o menos cerca de la iglesia católica y la torre. La idea que tuve, es que: podía servirme de casa, y, así tener dónde pasar todas las noches.
Así que mi segunda noche, pasé allí arriba, balanceando rama en rama como un mono, poniéndome cómodo. Y mi perro, mejor dicho mi amigo Boby se quedó abajo, al pie.
Recuerdo también haber leído, en aquella mañana, una noticia de un periódico que decía: “hallan trozos de u meteorito caído en plena plaza de armas del pueblo de Virundo…”. Aunque no comprendí tanto el sentido de aquella noticia, mi alegría se debió al haber logrado leer, por primera vez en mi vida, un periódico de los humanos. ¿De donde me venía esta capacidad?, algún día me lo explicaré.
Era mi tercer día, Boby y yo, nos dedicamos a vagar juntos por la plaza y sus jardines. Mi primer disgusto fue, que estuve sentado en uno de los bancos desocupados. Pero vino una mujer gordísima, se sentó sobre  mi. Y me soltó una terrible ventocidad con olor a no sé qué diablos, y tuve que deslizarme (aunque con mucha facilidad), para no convertirme en esa persona.

Y después de haber pasado más de una semana desnudo, empecé a sentir vergüenza. Razón por la cual, también empecé a fabricar mi propia ropa, utilizando retazos de plásticos. Y por vez primera, oí murmurar a una persona al pasar cerca de mi: “ay, pero qué mendigo”. Yo no era mendigo, ni lo estaba pidiendo una limosna. ¡Y lo peor!, o ¿es lo mejor? Habían dicho algo sobre mi, como si me hubieran visto materializado. Sí, es lo que era yo.
La posibilidad de que pudieran las personas verme con ropa, aceleró los latidos de mi corazón. Así  que, en seguida, me di cuenta de que con la ropa puesta encima, podía yo ser visible ante los ojos de las personas humanas. Una ventaja: despojado de la ropa podía yo oír y espiar de cerca a las personas, sin que me detectaran.
Unos días después, la misma curiosidad en mi, me llevó a conseguir un par de zapatillas blancas, un pantalón jeans de color azul y un polo oscuro. Aprovechando de mi cuerpo invisible robé estas cosas. Y me vestí en lo alto y frondoso árbol casa, muy emocionado y nervioso.
En seguida bajé. Boby me ladró como un saludo, y juntos caminamos contentos por unas calles empedradas. Y un grupo de niños me señalaron: “miren, es un Hardy Peter Pan”. Es lo que oí una segunda opinión de unos niños humanos, a cerca de mi. Me pareció mejor que la anterior. A todos nos gusta que nos llamen por nuestro nombre. Aunque raudamente me escondí y me despojé de la ropa, después, para luego,  subir a mi casa árbol, dejando mal parado a un descontento Boby. Y las siguientes horas pasé reflexionando un poco a cerca de mi. Supuse que eso debía ser mi nombre, aunque averiguarlo el origen, por el momento prefiero ignorar.
Y, después de haber trascurrido mi vida, unos días más, tomé una firme decisión. Me decidí ponerme al servicio de este pueblo.
Me ofrecí ser guardián leal y valiente del pueblo (aunque no podía ser tan valiente). Todo esto, en gratitud al pueblo donde por primera vez, vi la luz de la vida. Todos debemos ser orgullosos de donde hemos nacido.
Los guardianes cuidan y protegen, de día y de noche, luchan contra los posibles enemigos. En aquel momento, pensé también, ¿quiénes serían esos enemigos de este pueblo? No podría saberlo. Averiguarlo eso, seria mi primera acción.
Oí también que los guardianes portan armas. Así que después de averiguar mucho a cerca de armas, me urgió tener una. Las hay de todas formas y tamaños; pero yo prefería algo diferente.
Esto me serviría de alguna manera, para luchar contra esos enemigos que pudieran estar al acecho (quien sabe en este mismo momento…). En el comienzo no tenía la menor idea de dónde conseguirlas.
Pero la idea me llegó pronto. Mientras removía y rebuscaba en un basural, por supuesto en compañía y bajo la interrogante mirada de Boby, no dudé en encontrar.
Esta vez, encontré una gran tapa de una olla metálica. Esta sería perfecta, para escudarme. Más tarde cuando empecé a perder la esperanza, luego de haber descartado una serie de objetos: cucharones, machetes, bastones… quedé impresionado y convencido: por una vieja y oxidada espada. Las siguientes horas pasé puliendo, hasta que quedó como nueva. Así que, ya tenía un escudo y una espada.
¿Y ahora los enemigos…? Aunque me era inevitable, preferí no pensar en ello. Desee que el pueblo de Virundo viviera en paz, al menos cientos de años. Sí, en paz, eso sería mejor. Todos queremos eso. Pero casi en seguida sucedió algo…


Todo comienza, cuando aquella noche estaba yo sentado en la cima de mi casa árbol. Ya menos preocupado y disfrutando los rayos de la luna llena, respirando las suaves brisas, mezclada con la mejor aroma de los campos. Eso sí, atento a cualquier cosa extraña. Por una parte, era como si yo estuviera esperando algo, y, por otra, como si estuviera un poco ansioso de probar la solidez de mi escudo y el filo de mi espada. Así que, en seguida, detecté la llegada de un extraño personaje al pueblo.

Al principio no supe de quién se podía tratar. Pensé, tal vez era algún ingeniero, un arqueólogo…, un traficante de drogas o quien sabe un terrorista; pero tenía que ser ese alguien. El instinto me cosquilleó, entonces. Pues, me di cuenta, que este personaje venía con la clara intención de robar la campana del pueblo.
Robar una campana es grave delito. Y, la campana de este pueblo no podía ser robada, porque es la única en su género y el único tesoro de altísimo valor de Virundo. “Es hora de actuar” pensé, en esta oportunidad.
Así que, de un salto bajé del árbol y le desperté a mi amigo:
—Boby—le dije al oído—, tenemos un visita, mantente despierto.
—Como de lugar, tenemos que impedirlo—me respondió él, aún somnoliento—. A las armas hermano Hardy Peter Pan.
—No. Aguarda Boby—le dije—.Tenemos que ser cautelosos, no podemos cometer un crimen barato. Sígueme.



Así que, desde entonces, mi plan es impedir cualquier enemigo del pueblo de Virundo. Y dar bien venida a los buenos y castigar a los malos.




      Esta historia continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario