sábado, 16 de marzo de 2013

La piedra misteriosa del pueblo de Virundo

Era media noche, en el pueblo de Virundo.
La población está al pie de un cerro de forma piramidal, cuyo nombre es Keskaray. En la cima de este cerro hay una cruz. Y al pie de esta cruz, hay unas cuantas piedras. Estas sirven de asiento a los que suben hasta allí arriba, para mirar el pueblo.
 Todos los pueblos tienen su mirador. Desde aquí se domina con la vista mejor, la población.
Yo me hallaba sentado cómodamente, sobre una de las piedras, como un rey en su nuevo trono. Estaba desnudo, aunque ataviado con algunos retazos de plásticos, lo cual resultaba abrigador para mi. Contemplaba yo la población en aquel momento, con los ojos fijamente, sobre las sombrías casas que rodeaban la plaza de armas. Estaba yo como si estuviera un poco perdido en mis propios pensamientos.
Me llamo Hardy Peter Pan. Vivo en este pueblo, desde hace un buen tiempo. No digamos años. Aunque nunca me lo sé del todo: de donde soy, quien soy, y todo eso.
Así estaba yo. Pero poco importa eso, para nuestro relato. Lo más importante, es que me lo sé algunas cosas: la mayoría de los habitantes de este pueblo, se acuestan temprano. Por ejemplo, aquellas horas de la media noche, ya parecían todos estar roncando. Salvo algún borracho habitual estuviera discursando en alguna esquina, ante su propia sombra. Entonces, es aquí a estas horas, yo estoy a la vigilancia, con la vista pegada sobre la población. No vayan a pensar que soy un espía, nada de eso. Sólo trato de estar a la expectativa. A la espera de cualquier ac
ontecimiento extraordinario, que pudiera suceder. Lo cual en el pueblo de Virundo, siempre suceden cosas: algunas increíbles y otras asombrosas. Es lo bueno de Virundo.
 Es así, que esta vez, presentí algo. Incluso un olor extraño me llegó a mis narices. A lo mejor pensé, que no podía ser otra cosa que… tal vez… mis propias imaginaciones. O, ¿alguien estaba cocinando  a esa hora y se le quemaba el arroz? Unm, no podía saberlo. Entonces aparté los ojos del pueblo. Luego miré a un lado y a otro, como si quisiera sacudirme de mis malas fantasías. Hasta que me quedé mirando arriba: Allí estaba, el mismo cielo oscuro y estrellado. Debo confesar: amo el brillo de las estrellas y el tiritar de sus rayos, son mágicos.
Pero mientras contemplaba así el firmamento, vi salir detrás del monte más lejano, una estrella diferente. Debió ser algún meteoro, me dije, pensé. Era como una estrella herrante, y se desplazaba entre otras estrellas. En un momento me pareció le abrían paso.
De modo que iban pasando minutos, me parecía cada vez más brillante y cerca, ante mis ojos. A tal punto, que en otro instante pensé que eran mis propias lagrimas y me restregué los ojos creyendo que estaba llorando. Siempre que miro el cielo me ganas de llorar. Pero ésta vez no estaba llorando algo así.
La estrella herrante cruzó el cielo, y se ocultó detrás de la silueta de otro monte oscuro y lejano. Y luego, traté de no pensar más en estrellas. Menos fijarme en estrellas herrantes.
 Así volví los ojos al pueblo que estaba a mis pies. Pero de repente sucedió algo. En vez de haber sido una estrella viajera, esta vez volvió aparecer justo detrás de mi. Esto, como si hubiera dando una vuelta siniestramente, por detrás de los cerros que estaban a mi espalda.
 En efecto, un gigantesco disco plano y plateado pasó sobre mi cabeza. Me sobresaltó esta vez. No era un perfecto disco plano, más bien como un plato de sopa invertido hacia abajo; salvo en la parte superior, había una especie de cabina amplia de mando, y con una hilera de ventanas que rodeaban. Y vi también encaramar a los barrotes de las ventanas, unas criaturas extrañas. Esto como asoman los niños a las ventanas de su habitación, para echar un vistazo fuera. A lo mejor me pareció como cuando un bus llega a su destino final y los pasajeros pegan narices a la ventana.
Las extrañas criaturas parecían humanas, pero no tanto parecían. Aunque admito que se parecían un poco a mi, tampoco mucho. Mi piel es cambiante, de verde a azul de vez cuando... En un instante me sentí confundido. Hasta razoné: ¿Cuántas clases de razas de criaturas pudieran existir en el universo? ¿Cuántas estarían dispuestas a visitarnos…?
No había tiempo para reflexionar. En mi rápida conclusión, se trataba de alguna nave visitante y tripulada. Tengan en cuenta, no era una de aquellos ridículos platillos voladores de fabricación nazi; tampoco esas imperfectas norteamericana… algo así. Menos podía ser, como lo que vemos en películas. Sino lo que pudieran imaginarse, mejor uno. A primera vista ésta era de fuera. Me refiero fuera de este planetita, si es que no me equivoco, y ni he incurrido en una ofensa a este hermoso planeta grande. Aunque no me gustaría llamarla: minúsculo planeta, microplaneta…
—Sois un idiota, colócate a la altura de nuestro objetivo—oí decir a uno, que parecía tener orejas de cerdo. —¡Silencio!—dijo el otro, olisqueado el aire, como olisquea una rata queso. Y después, giró la nave   haciendo una maniobra complicada. A lo mejor los tripulantes no se dieron cuenta, de que alguien como yo, los estaba observando. A lo mejor también, creyeron que todos los virundinos, estaban en caqma a esa hora, entregados al dulce sueño. ¡Esto sí que era verdad!

Entonces la nave flotó silenciosa y lentamente, ante mi atenta mirada, hacia el centro del pueblo. Hasta que se situó sobre la plaza de armas, a una altura como prudente, como quien estaciona un vehículo. Y se quedó estático.
Las luces de los postes en las calles y de la plaza de armas se apagaron. Todo quedó a oscuras, entonces. Después, de la base de la nave se proyectó un rayo de luz, en forma de un halo circular alargada, hacia abajo. Esto como quien alumbra a una hormiga con una linterna. El color de aquella luz era azul eléctrico. En aquel momento, recordé que soy un guardián de este pueblo. Y, comprendí que ésta vez, una nueva amenaza acababa de llegar al pueblo.
Esto podía significar un peligro. En verdad, estaba a punto de consumarse una fechoría; era momento de detener.
Así que me levanté de un brinco. Y corrí ladera abajo, derrapando, tropezando. Y, dando tumbos entré al pueblo. Después, el recurrido de la sinuosas calles de tintimpata, me demoró apenas sólo unos 30 segundos…
 Y cuando salí a la plaza de armas, no pude creer, lo que mis ojos veían. En aquel momento comenzaron a ladrar los perros, un tropel de asnos cruzó mi camino. Mientras tanto, la nave extraterrestre estaba estacionada a sólo unos 20 metros de altura, sino calculé mal. Desde allí emitía un escalofriante sonido, ésta vez, como el siseo de varias teteras hirviendo. Y la gruesa luz perpendicular que caía a plomo, apuntaba justo sobre la Misteriosa Piedra.
Un momento, antes. Para los que no conocen qué es la Piedra Misteriosa, deben saberlo de una vez. Es sólo una piedra, de forma acampanada, y de procedencia misteriosa. Nadie sabe quién la talló y usando qué herramienta. Y, se encuentra en el pueblo de Virundo.
 Al parecer la estaban forzando, para arrancarla del suelo y levantar. Porque el rayo de luz, al tensar, cambiaba de color. Y un ligero humo se arremolinaba alrededor de la piedra, probablemente al hacer el esfuerzo.
Pero como la piedra misteriosa era pesada y adherida fuertemente al cemento, no era tan fácil, como habían pensado. Y el ladrido de los perros todavía se intensificó aún más escandalizada, comenzando a despertar a todo el pueblo. “¡Oh, no, no! Esto no me gusta para nada. Extranjeros, dejad en paz el pueblo” murmuré entre dientes, aunque sólo era para mi. Pero al parecer me oyeron también.
En seguida, tragué saliva y aire suficiente, hasta que mis pulmones silbaron de nerviosismo. Y lancé un grito de alarido al aire. Bien hubiera sido, considerado un aullido o un grito de auxilio, de alguien al borde de la muerte. Pero lo hice a todo pulmón, para evitar que se llevaran, el tesoro del pueblo.
El perpendicular rayo de luz, que había estado tironeándola a la misteriosa Piedra, se esfumó. De tan repentinamente.
La nave extraterrestre, había desaparecido, en un cerrar y abrir de ojo. Me quedé mirando el sideral cielo llena de estrellas, desconcertado. ¡Rayos! A lo mejor, ví alejarse a esa cosa, a una velocidad increíble, por encima de la tortuga luz y del sonido. Tal vez fue un teletrasporte o como por arte de la magia.
Y en seguida, corrí hasta donde estaba la piedra misteriosa, como quien acude a una victima. Esta yacía fosforescente, la toqué, la acaricié, como si verificara lo completo que estaba. Estaba recalentada, eso sí.

La piedra acampanada de Virundo
¡Menos mal! estaba completa, tal como era. Ni un desportillamiento, ni una marca habían dejado. No había sufrido daño alguno, como imaginé en algún instante. Más bien, aún estaba envuelta en un extraño olor repelente, como plástico quemado o azufre.
Para los que conocen a esta piedra misteriosa: aprended a conservarla, los extranjeros la quieren recuperar; y para lo que no han visto jamás esta piedra (llamada así misteriosa, repito, no se sabe de donde ha venido), en verdad existe. Y, está en una de las esquinas (hacia el norte) de la plaza de armas del pueblo de Virundo. Allí descansa tranquila. Si se observa detenidamente a la luz del día, es una simple piedra, tallada en granito; y, si se la mira de noche su aspecto varía.
Cualquiera pensaría antes de apartar la vista, que no es más que una piedra común, insignificante, que no parece tener nada de misterio. Pero no equivocáis… ¿Y cómo describirla en mi pobre lenguaje, si carezco de palabras?: sólo imaginaos a una campana. Comparad siempre con una campana. Pero a diferencia de las conocidas campanas que acabas de imaginar, la parte superior es hueca. Tiene una abertura no sé de cuántos diámetros ¡Hoy mismo salgo con wincha en mano a medirla! Así tendré a disposición la medida exacta.
Los visitantes extraños, no habían logrado su objetivo. Los espanté. Se han ido descontentos y con las manos vacías. Los he pillado con las manos en masa.
El ladrido valiente de los perros, y el grito desesperado que lancé al aire, los ha frustrado. Aunque no puedo saberlo: quienes eran estos, cómo se llamaban… A qué clase de razas pertenecían. Ojalá no vuelvan.
Y sea lo que sea, o sean de donde sean, hoy mi pregunta para ellos es: ¿para qué querían llevarse una piedra así? Quizás sabremos algún día…, sino, nuestra historia tendría que morir aquí.

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