domingo, 18 de diciembre de 2011

El PRINCIPE DEL SOL y hardy peter pan


En el pueblo de virundo era casi media noche. El fantasma Hardy Peter Pan dormía profundamente en lo alto del frondoso árbol que estaba en la plaza de armas. Allí acostumbraba pasar la noche.
Se despertó. Y de repente oyó algo, como un zumbido lejano. Había estado soñando con algo. Por un segundo pensó que eran los asmáticos ronquidos del perro viejo que dormía al pie del árbol.
—Ay—dijo el fantasma para sí, y se incorporó rápidamente. Entonces miró abajo y arriba. El cielo era estrellado y sideral, pero en el horizonte lejano vio un puntito de resplandor, pensó que era alguna estrella errante. ¡Pero nó!, recordó lo que había estado soñando...
Su instinto se encendió. Y, de un salto bajó y se plantó en el suelo; corrió por una calle a una velocidad vertiginosa y trepó el mirador cerro Keskaray y llegó a la cima. Una vez allí se sentó jadeante, pero se levantó casi de inmediato.
No podía creerlo. La estrella errante que parecía venir hacia el pueblo, ahora parecía alejarse.
—¡Wuuuooouuu! —gritó el fantasma a todo pulmón. Su voz rasgó el aire y resonó en medio de la inmensa noche reinante. Entonces la estrella errante, mejor dicho, el extraño ente, después de girar venía hacia donde estaba él, esta vez. Un Ovni, un platillo volador... no podía ser, era algo diferente... para sus ojos.
Abajo ladraban y aullaban los perros. Hardy Peter Pan una vez esto, esperó a la expectativa y observó atento con los ojos bien abiertos, viendo por lo que tenía que pasar muy cerca el extraño visitante del espacio.
Se acercaba. Allí arriba la brisa gélida de la noche soplaba y los pocos hichus silbaban.
—¡Señor, por favor un momento! —gritó por segunda vez Hardy Peter Pan, saltando y agitando las manos en el aire. Entonces el extraño visitante...: era un resplandeciente personaje celestial, venían montado sobre un gran ave oscura, miró a un lado y a otro. El cóndor ladeó una ala girando para aterrizar. Y posó suavemente produciendo una ráfaga de aire y el ángel desmontó, y Hardy Peter Pan se acercó, nada cauteloso (de un tirón sacó su espada y su escudo de tapa de olla pero casi de inmediato guardó), y en seguida se sonrieron ambos. Lo reconoció, aunque no podía creerlo. A pesar de su condición sabía mucho sobre él. Era un ángel más bello que jamás había imaginado el fantasma, como si su propia imagen viva de aquel joven infortunado (aunque fiel a sus rasgos originales) hubiera sufrido una espléndida transformación o pasado por muchos programas especiales de retoque, que solamente podía compararse con el actor principal de una película taquillera del año en una pantalla.
—Ya sé quien eres—dijo de pronto Hardy Peter Pan estrechándole una mano efusivamente.
—Lo sé—respondió. Tenía un semblante sereno y como si sus pensamientos estuvieran aún perdidos en el infinito.
Dejaron pasar en silencio, casi medio minuto. De pronto, Hardy Peter Pan, dijo en seguida:
—Te han estado buscando por todas partes.
—Lo sé—dijo por segunda vez y suspiró. Al cabo de unos segundos se dirigió y preguntó—: ¿Y tú quien eres?.
—Apenas un fantasma, vivo en este pueblo... —explicó Hardy. Y de repente oyeron el resonar de la campana para llamar, y ambos lanzaron las miradas hacia abajo. Se miraron.
—¿Qué es? —preguntó, el ángel Ciro.
—Los habitantes de este pueblo se han despertado y dentro de poco se reunirán en la plaza—. En efecto, vieron desde allí arriba, cómo la gente salían de sus casas con linternas en la mano, velas y hasta antorchas. Y se encaminaban hacia el centro de la plaza de armas del pueblo, como si la asamblea estuviera a punto de comenzar.
—Tenemos que bajar. Te presentaré al pueblo y al alcalde, quien eres.
—Umm, gracias, pero ¿no?.
—No te preocupes, no hay muchos perros—le animó, cuando en verdad se multiplicaban los ladridos, aullidos lastimeros de los perros; voces y gritos de personas que se llamaban.
Entonces el ángel Ciro se acercó a su cóndor y montó.
El ave desplegó como demostrando la gran envergadura de sus alas, por unos segundos. Mientras los ojos del Hardy Peter Pan se fijaron en el ave.
—Me han regalado este hermoso cóndor—comentó el ángel Ciro al darse cuenta, como si estuviera complacido al volver montar su ave. Los ojos de Hardy Peter Pan recurrieron sobre el dorso plateado, la cabeza pelada y su collar algodonado, mientras el cóndor después de agitar las alas volvía juntarlas un poco, y a la vez, estirando el cuello hacia abajo antes de dar un paso hacia delante.
El ángel Ciro, mientras iniciaban juntos la marcha camino al pueblo, comentó:
— Las cosas parecen increíbles, el rey Pachacutec está en el Cusco. Yo siempre creí que ya no estaba, pero él...vive. Y, todo el día estuvimos volando, incluso pasamos sobre Colca y...
—¿Es macho o hembra? , disculpa la ignorancia—preguntó el ignorante Hardy Peter Pan un poco avergonzado por su limitado conocimiento.
—Caramba mirad—dijo Ciro, mientras el fantasma Hardy Peter Pan volvía mirar el cóndor. Y, explicó Ciro como si estuviera orgulloso de su ave—: los machos son los que las tienen plateadas alas y su collar blanco. Ya sabes, mirad su cresta, lo bueno es que pueden volar lejos sin cansarse y ayunar mucho tiempo—decía, mientras bajaban juntos por la ladera rocosa, camino al pueblo. El cóndor llevaba a Ciro entre saltitos, y él, iba ligeramente echado hacia atrás, aunque Hardy Peter Pan tenía que trotar para no quedarse atrás.
Después, cuando se acercaban al canto de la población:
—No sabes cuánto: todo el mundo se preguntaban de ti, cómo así te has perdido en Colca. Ya verás ahora—decía el fantasma virundino y entraron en la calle que desembocaba en el centro del pueblo en la plaza.
Cuando entraron en la plaza, estaba mejor iluminada, y casi todo el pueblo estaba despierto y reunidos allí, como si los estuviera esperándolos. Se abrieron paso entre la multitud, que los miraban conmocionados, asombrados tanto como atónitos con una mano en la boca, al extraño visitante. Luego estaban boquiabiertos todavía, sorprendidos que solamente niños o perros parecían no darse cuenta. Hasta que ambos prosiguieron la marcha hacia el fondo de la plaza, donde detrás de una larga mesa estaba sentado un personaje que parecía el principal del pueblo. “El alcalde” le susurró Hardy Peter Pan al oído.
Este era el alcalde, de cuerpo rechoncho, canoso y de rostro bondadoso.
Ciro desmontó del cóndor, y dio unos pasos hacia delante, mientras Hardy Peter Pan se quedó atrás, junto al cóndor.
—Señor alcalde—dijo el ángel Ciro del castillo, dándole una mano.
—Noo-oo-pue-doo-creer—casi gemía entre labios temblorosos con los ojos fijamente en los del Ciro como si olvidara de que tenía manos. Al fin le estrechó las manos afectuosamente a su ilustrísimo visitante—, que tú... Ciro... tú un ángel...
—Lo sé—dijo él, dándose cuenta de que los ojos del alcalde después de haber estado bien abiertos se estaban humedeciendo. Ciro miró a un lado a otro, y comprobó que también los ojos de otras personas estaban nadando en lagrimas. Él ángel Ciro en un momento pareció estar confundido; pero luego al recordar, comprendió.
—¿Qué pudo haber pasado contigo? —agregó el alcalde buscando con la mano para sentarse.
—Lo sé—dijo suspirando, como si se sintiera culpable, y agregó—: finalmente, después de todo comprenderán... Todo parece triste entre ustedes ¿verdad?—asintieron todos en silencio aunque Ciro no estaba afectado. Entonces dijo con una voz aterciopelada dirigiéndose a todos—: Y llegar a ser un ángel no es tan triste como parece o piensan ustedes aquí. Sino, hoy quiero compartir con ustedes un maravilloso mensaje que aprendí en los últimos tiempos. ¿Dónde está el señor Catequista? Quisiera que nos abra la iglesia, donde podamos oír un pasaje de las sagradas escrituras.
Entonces como si las cosas y las personas, estuvieran automatizadas la multitud se removió, hubo volcadura de las sillas, pequeños tropiezos y lloros de bebes. La iglesia estaba a solo a unos pasos de allí, a la cabeza de la plaza.
La gente se desplazó y se embotellaron dentro de la iglesia, para oír el mensaje anunciado por el ángel Ciro.
Se encendieron las luces. Y el catequista subió junto al alcalde y Ciro sobre una plataforma dorada en donde sobre una mesa yacía una voluminosa Santa Biblia, abierta, lista para ser leída, y, mientras todos prestaron atención. El catequista leyó para todos, el siguiente pasaje:
—“... los muertos mismos se levantaran de sus tumbas en aquel día y volverán a la vida para reencontrarse con sus seres queridos...”
—Gracias, por oír a todos—agradeció Ciro entonces al cabo de varios minutos de lectura, y se aclaró la garganta para dar claridad a su voz y llegarles a todos. Y continuó de esta manera—: No puedo compartir este maravilloso mensaje con ustedes sino de ésta manera. Todo esto es verdad. Os pido a todos ustedes que siempre sean justos... Yo sé que en la vida, uno se confunde..., se equivoca..., pero realmente te das cuenta sólo después. Esto es lo mejor que me haya sucedido, y que jamás imaginé. La vida sí tiene un sentido y un propósito para todos. Ya lo ven, ahora soy uno más del cielo, nunca me lo imaginé—, se miró las manos y se tocó el rostro, para cerciorarse de que era real. Y se le dibujó en el rostro una sonrisa radiante y franca (la misma sonrisa que veíamos en las primeras planas de los periódicos, revistas, internet con el fondo del agreste y asesino paisaje del Colca; nada malvado en sus pensamientos o seguramente en vida ya era un ángel, quien sabe) y todo el mundo también sonreían contentos. Entonces, aquí y allá levantaron una mano con cámara y dispararon unas cuantas flashes pero al cabo de segundos, comenzaron a humear y empezaron a toser con el olor acre del plástico quemado.
—Por favor—estiró un brazo con la palma de la mano hacia abajo como para calmarlos, y sonrió como si esto estuviera resultando una equivocación—, no pueden fotografiarme, no estoy necesitado de fama, si estoy aquí, es únicamente porque quise compartir con ustedes este maravilloso mensaje. No deseo salir en las primeras planas del periódico, que lo hagan otras personas...
—¡¿Qué decimos a Rosario?! —gritó alguien atrevido desde atrás, cerca desde donde estaba medio oculto el fantasma Hardy Peter Pan.
—Ajá—dijo volviendo curvar las comisuras de la boca para sonreír—. Ah ella..., mi enamorada que me acompañó a Colca donde me perd...
—Sí, ella—respondieron casi en coro.
—Tu padre ha dicho que mi hijo no hubiera modelado sobre la tumba de Rosario, tal como lo está haciendo ahora...
—Más bien debería plantarte una rosa sobre tu tumba—intervino una mujer como si estuviera molesta.
—Ah ella... —suspiró—. Y si pasa por aquí y pregunta por mi, por favor, entregadle esto que tengo para ella... —extrajo de su bolsillo un pequeño cofre de cristal y lo tendió al catequista, quien apresuró en guardarlo en el armario que estaba detrás de ellos.

Entonces, toda la gente, a petición del alcalde volvieron a salir a la plaza y con él también el catequista y el ángel Ciro.
Hardy Peter Pan también volvió a la plaza. Una vez todos ocuparon sus sitios, donde habían estado antes. El alcalde volvió ocupar su sillón, todo era alegría y regocijo, incluso ahora todo el pueblo parecía mejor iluminado. Y la gente ya no parecían estar como tristes ni asustados o como congelados ni asombrados con la presencia de Ciro, como hacía poco antes de esto. El propio alcalde estaba radiante e intercambiaban las palabras con sus regidores. Hasta que se puso de pie, como si la ceremonia continuara:
—Angel Ciro—dijo, con una voz grave y profunda lleno de sentimiento—, hemos oído tu mensaje. Esto nos parece un sueño pero estoy seguro de que es una realidad. Pero también cómo nó recordar, con cada fotografía tuya de tu viaje a Colca... ¿Cómo es que tú no supiste cuidarte? ¿Cómo es que la vida puede acabar así?—se le quebró la voz, y casi logra asomarle por los ojos lágrimas pero trató de sobreponerse llevando los ojos al cielo para evitar esta vez, y normalizando el tono de su voz prosiguió—: Te hemos seguido por radio, por televisión y periódico, ... cuánto hemos rogado al Señor Altísimo que estuvieras aún con vida pero... hoy eres un maravilloso ángel que estas entre nosotros, de verdad estamos contentos con tu visita a este humilde pueblo...
—Yo estoy feliz con ustedes—expresó Ciro respondiendo y el alcalde alzando la voz, con entusiastas palabras y muy emocionado, pronunció:
—Te declaramos el huésped ilustre de este pueblo y recibe esta corona en el gran Orden del Sol—y dando un paso hacia delante, el alcalde le ciñó la cabeza sobre el alborotado pelo con una cinta tejida con finos hilos de fibra de vicuña y de vivos colores: sobre la frente brilló la imagen del sol en oro con dos ojos verdes de incrustación de piedras preciosas y encima le colocó 3 desiguales plumas brillantes de un ave sagrado, y de color azul—, te declaramos el PRINCIPE DEL SOL.
El ángel Ciro del Castillo sonrió nervioso y algo incómodo a la vez con esto, como si no mereciera, realmente, ostentar este titulo, y que los virundinos le tuvieran en tanto estima. Y, se manifestó:
—La verdad, no esperaba esto—se había ruborizado—, en verdad os digo, que yo, no busco fama, pero sin embargo me llevo esto como recuerdo de este pueblo... ¿cómo se llama el pueblo?.
—Virundo—contestó el alcalde.
—Y gracias virundinos...— concluyó el ángel Ciro del Castillo ¡mejor dicho! el nuevo Príncipe del Sol.
...“!bravo!, ¡bravo!, ¡bravo!” gritaron todos y le aplaudieron largamente, hasta que la palma de las manos estaban rojas.
Y el alcalde sabiendo que Ciro se marchaba, pronunció las ultimas palabras:
—Querido Ciro te queremos aquí, vuelve cuando quieras—le abrazó.
Entonces, como había llegado la hora de marcharse, Ciro se acercó al cóndor.
—Adiós Hardy Peter Pan—le dijo, dirigiéndose al fantasma.
—Adiós, ángel Ciro del Castillo—respondió en igual manera, con un abrazo afectuoso el fantasma. Y en seguida montó sobre su ave cóndor, desde donde todavía les agitó una mano a todos, como gesto de despedida.
Y el cóndor se abrió paso. Corrió entre saltos junto a la larga mesa del alcalde tirándoles los papeles al suelo con la ráfaga del aire, al desplegar y agitar las alas, antes de elevarse por encima de las casas, con el resplandeciente ángel Ciro sobre la espalda.
El fantasma Hardy Peter Pan se había quedado de pie, y, mientras la gente lo seguían con la vista, alejarse al ángel visitante, aprovechó la distracción para desvanecerse. Una vez desaparecido, trepó como un camaleón hasta la copa de su árbol favorito, donde era su casa. Y una vez allí arriba, sentado en una rama y medio oculto entre el follaje del eucalipto, observó a la gente retirarse a sus casas en diferentes direcciones, formados en pequeños grupos, hablando y rumoreando. Mientras el cielo se preparaba pintándose de un color celeste blanco, para amanecer.

Era un nuevo día, martes.

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