miércoles, 2 de diciembre de 2009

Una asamblea y la advertencia

Pero sin embargo esto no duró tanto, como debieron haber imaginado. Al siguiente día apareció subiendo por una de las ventanas de la torre unas gruesas volutas de humo azul, como resultado del incendio, algo que llamó la atención de los demás. Pues, inevitablemente el viejo armario que había allí arriba por alguna razón desconocida, se había consumido en llamas. Pues, el debilitado dragón había echado un chorro de fuego. Muy pronto empezaron a merodear algunos curiosos (especialmente otros niños que andaban por allí en los alrededores cazando pajarillos), y lo descubrieron también de la misma forma los aldeanos.
A esa hora de la mañana alta, un grupo de personas irrumpieron la entrada despojándose de todo miedo que habían tenido hasta ese momento, armados con palos y piedras en cada mano, portando collares de ajos, habiendo bebido litros de agua bendita. Como resultado encontraron al joven dragón en lo alto del campanario, refugiado en un rincón y los restos del armario viejo convertido en un montículo de ceniza.
Aquella misma tarde del viernes, los padres de Jeronimo pasaron enojados con él, al enterarse lo que ocurría en el campanario del castillo, de que su hijo era quien había puesto en la torre esa cosa horrorosa. Pues, hubo un tal fantasma llamado Zyfy que los delató. A esta acusación se sumó, más el que habían violado la puerta de entrada del Castillo Prohibido lo cual era grave, que no estaba permitido el ingreso a personas por varias razones impuestas por el concejo regional, que era presidido por el alcalde. De que él, y su supuesta amiguita habían traído de las montañas una cosa rara que no era una cabra ni una oveja, y llevado al castillo para instalarlo allí como si fuera una preciosa criatura y el campanario una gran jaula.
El señor y la señora Golder, estaban atemorizados, hablaron y lo reprendieron a Jerónimo como en ninguna otra vez; “nunca más vuelvas hacer esas cosas...”, le habían advertido. Jerónimo, y recibida esta dura reprimenda (a pesar de que sabía que sus padres lo querían), nada más agachó la cabeza, con los ojos clavados en el suelo. Y en seguida, no sabiendo cómo soportar aquella culpa, como si fuera una síntoma de dolor estomacal se marchó a dar una vuelta de paseo por ahí junto al río acompañado por su perro Terrén, ya que nunca le habían llamado atención de esta manera, ni mucho menos como en ésta vez sus padres. Lo mismo sucedió con la foránea niña, el mismo grupo de esas personas que ingresaron al castillo se encargaron de interrogarla bajo presión de amenaza hasta que ella pudiera decir todo lo que le permitía su voluntad. Entonces la niña, mejor dicho, Wawa que no tenía ni nombre y que se apodaba vulgarmente: “Wawa Wiwa”, no supo cómo evitarlos.
Y lo peor los padres de Jerónimo, determinaron diciéndole: “Que si no vuelven a su lugar a esa cosa rara y monstruosa bestia, será mejor que nos olvidemos de esta aldea”. Porque sabían que el alcalde... mejor era que se olvidaran por una vez, de esa cosa. Porque sabían perfectamente que una cosa así, no se podía tener en un castillo como aquel que era sagrado, un monumento al pasado misterioso, ni mucho menos en una aldea tranquila con un alcalde que tenía mucho poder, y que éste no siempre estaba de acuerdo con ciertas cosas. Los dragones... aún serian lo peor para los aldeanos.
Ellos también los prohibieron rotundamente bajo presión o influencia del alcalde a que Wawa y Jerónimo siguieran teniéndolo a esa extraña criatura; y como se esperaba el alcalde envió otra vez a sus regidores, y otro, un hombre mediano con un pergamino en una mano llamó asistir a una asamblea a todos los habitantes de la aldea en la plaza de armas. Cuando una vez estuvieron todos reunidos, el hombre de orejas largas salió delante para leer el comunicado ante esa abarrotada de gente, donde advertía a la familia devolver a su respectivo lugar de procedencia al dragón; y que si no... (en donde, claramente amenazaba, aparte que fueran expulsados, que dentro de un plazo de 7 días con mandarlo decapitar sin piedad sobre una gran piedra plana del altar, como se hace un sacrificio a los dios), a lo mejor la mayoría de los aldeanos aprobaron sumisamente instigados de que esta sería la mejor manera de devolución a las montañas que los rodeaba, ya que allí estuviera alguna fuerza de luz que lo reanimaba al derrotado Wenslao, su mortal rival del alcalde: lo cual además no era cierto ni el uno ni el otro como creían. ¡Estaban totalmente equivocados! o mal aconsejados por alguien como el alcalde. Wenslao el anterior alcalde destronado y desaparecido no tenía signo de vida desde su derrota que hiciera pensar a uno de que seguía vivo; y lo que tenían allí esa mañana en aquel castillo no era una cabra con alas, sino era un hermoso dragón con sus escamas metálicas, provisto de un par de cuernos, unas alas grandes como seda y una cola larga capaz de derribar a un elefante de un solo coletazo. Jerònimo y Wawa se daban cuenta perfectamente. Ellos se opusieron con firmeza para salvar la vida del dragón aunque no tanto expresamente.
Terminado la lectura el hombre mediano se disculpó con ojos compasivos, diciendo: “tienen 7 días, lo siento niños, es la advertencia de nuestro señor” y en seguida se agarró la cabeza entre sus dos manos dejando a la vista de todos un par de extrañas puntiagudas orejas largas, como si se habría arrepentido de haberlos dicho estas palabras. Y con un golpe sordo aterrizó en el suelo a llorar gimoteando y le trajeron un cubo de agua y lo volcaron sobre su cabeza para que se calmara.
Así que dicho esto Wawa y Jerónimos se vieron. Cuchichearon sin levantar mucha sospecha a quienes los rodeaba. Quedaron en que se encontrarían nuevamente a la media noche en la plaza sin despertar un tic de sospecha de alguien. Creyeron de que después de este descubrimiento el dragón sería bajado de la alta torre del castillo, y que no lo dejarían en paz o sería cortado la cabeza. Jerónimo y Wawa necesariamente tuvieran que volver en esa misma noche para verlo la forma en que buscarían un nuevo refugio para el dragón, lejos de la aldea... encontraran una cueva oscura.
Así que una vez que se hizo noche prepararon un par de gruesos hisopos con calcetines viejos y se encaminaron al Castillo Prohibido para visitarlo a donde estaba el dragón. En el camino, al cruzar el puente encendieron las antorchas, y cuando llegaron al castillo, ésta vez, el paso entre la sala circular y el torreón del campanario encontraron sin ningún impedimento. Sólo que demoraron varias horas en las escaleras resbaladizas. Y, cuando llegaron al campanario del torreón el dragón estaba con un grillete en una pata con una pesada cadena de hierro enganchada a una gran argolla metálica que sobresalía del muro. En donde había estado dormido profundamente roncando, bajo inexplicables otras antorchas de centelleantes luces amarillas, así sin que molestaran los murciélagos.
—Wau, qué sorpresa—musitó Wawa con los ojos muy abiertos.
—¿Pero... quién?
Wawa se quedó un segundo como reflexionando.
—No puede ser esto...
—¿Quién lo puso esto? —dijo Jerónimo sin comprender casi al igual que la misma Wawa.
Dieron vueltas alrededor del dragón, con la idea vaga y los ojos recurriendo a lo largo y ancho de los muros macizos alumbrados por las potentes antorchas.
—Pensábamos llevar a otra parte—dijo Wawa resignada y decepcionada.
—No hay forma de... ¿sabes quien lo puso esto?
—No lo sé...
Una vez más intercambiaron las miradas.
—Pero sii esto es... —Jerónimo, tartamudeó como si quisiera saberlo sobre el autor.
—Pero alguien tiene que decirnos algo... —respondió Wawa.
Se quedaron ambos de pie en el centro del campanario frustrados, sin saber qué hacer, mientras las sombras fantasmas bailoteaban sobre los muros sudorosos.

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