sábado, 20 de febrero de 2010

La primera aventura

Cierto día, finalmente la señora Alsira decidió enseñarle a volar a Vanshiro, por primera vez, cuando éste cumplió sus diez años de vida.
Era un día de martes. En esta mañana, la señora dragona lo primero que hizo es ir a la cocina. Allí se sentó como de costumbre para preparar el desayuno. Estuvo sola así por más de dos horas sufriendo en quitar las escamas del pescado, o deshojando Kayara para la ensalada. Y, en seguida, cuando una vez salió el sol llamó en voz alta a Vanshiro. Éste al oír la voz de su madre salió desde el fondo de la cueva, desperezándose y bostezando, camino a la cocina. Lo vio la señora Dragona.
—Buenos días—dijo ella.
—Buen día, mamá—respondió él, instalándose detrás de una tosca y larga piedra plana que los servía de mesa, todavía restregándose los ojos ante los rayos hirientes del sol de la mañana.
La señora dragona, esta vez, había preparado un suculento desayuno muy nutritivo. Sobre la mesa de piedra había dos docenas de pescados frescos debidamente destripados, más algunos frutos silvestres descascarados y acompañados por la ensalada de Kayara.
Entonces, desayunaron bajo esa luz alegre de los rayos solares que se colaban en la cueva, riendo y hablando a boca llena, casi deprisa.
Cuando una vez hubieron terminado de devorar el desayuno bebieron abundante agua, y salieron a la puerta de la cueva como para tomar el sol a gusto; pero esta vez era para preparase por primera vez, el vuelo.
Ambos caminaron juntos bordeando hasta un filón de roca que daba al abismo, más cerca a la catarata. Podían notar en sus cuerpos las salpicaduras de las aguas heladas. Vanshiro recibió brevemente unas instrucciones, pero por cierto, muy valiosas. Terminado esto, la señora dragona le selló un suave beso maternal en una de sus mejillas del joven dragón.
La dragona, entonces gritó tan alto a voz en cuello: “¡uno, dos, y... ahora!”. Vanshiro desplegó las alas y cerrando los ojos saltó al vacío, junto a su madre sin importar el profundo abismo que se encontraba debajo de ellos, lleno de peligros. Ambos habían saltado desde lo alto de la cueva al vacío, como las mismas aguas de la catarata que brotaban, rugientes, espumosos desde más arriba, para así emprender el primer largo viaje que duraría muchas horas.
Vanshiro después de un momento experimentó una extraordinaria sensación en su cuerpo liviano, se dio cuenta que estaba flotando con las alas extendidas sobre el mar de árboles, como si fuese una pluma. Aunque debía recordar las recomendaciones de su madre, de que no debía cerrar las alas, para nada. Por su puesto que la señora Alsira estaba junto a él.
—¿lo ves? —preguntó la dragona.
—Sí, es fascinante…—respondió Vanshiro.
De modo que se alejaban felices, pasaron de largo a una vieja águila, ésta estaba planeando suavemente en el aire, probablemente en busca de una paloma y les gritó:
—¡Feliz viaje, comadre! ¡a ti también niño, pronto retorno!
Y la señora Alsira contestó amablemente:
—¡Gracias, gracias! ¡Ya volvemos vecina!—continuaron y luego de esto, comentó la señora Alsira de que: cómo a las águilas les gustaban colgar sus nidos desde las ramas de los árboles que marchaban aferradas a las rocas, y esa costumbre nunca acabará en ellas. “¿Por qué ellas son así?” dijo como si se respondiera ella misma.
Dejaron atrás la cueva, el mar de árboles también, poco a poco iba quedando todo atrás y salieron del limite del territorio donde vivían hacía el otro lado, atravesando una meseta entre montañas de color pardo.
La señora dragón canturreaba para su pequeño dragón:

“Entonces, una mañana,
muy tempranito, al salir el sol
salieron de la cueva
después de haber desayunado
un poco más allá de la cueva...”.

Así fueron avanzando; mientras florecía una maravillosa mañana, de ese martes.
Y unas horas más tarde la señora dragona gritaba:
—¡Esto es una locura!
Vanshiro, al oír decir esto a su madre miró, como si de pronto se habría apoderado de ella, la idea de abandonar el viaje, y preguntó:
—¡¿Seguimos?!
—¡Continuamos!— gritó la señora dragona casi al instante, presa de emoción, como si descubriera algo al lado de Vanshiro, una especie de fascinación. Volar junto a su vástago era lo máximo que podía sentir.
Acababan de volar una buena distancia desde la cueva, pasando innumerables lagos, bosques, pueblos ocultos.
Iban en dirección hacia el sur, probablemente dentro de poco descubrirían más nuevas tierras lejanas, donde seguramente Vanshiro se iba a asombrar, todavía más. El paso por lugares desconocidos les iba a agradar mucho,... verían hombres y mujeres en ciudades como habían oído, en donde serían admirados al pasar sobre ellos. Podían estar seguros (ahora sí), de que estaban haciendo un hermoso viaje, por primera vez, que sería inolvidable.
El nuevo territorio que avistaron a lo lejos, estaba sombrío, las grandes montañas estrujadas se elevaban al cielo y parecían temibles, como la inmensa boca dentada de un monstruo, pero continuaron...
—Allá vamos—decía, la señora Alsira de vez en cuando entornando los ojos.

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