lunes, 14 de septiembre de 2009

Volando sobre Kewña-Wayko

Llegó el día en que Jeronimo y Wawa quisieron hacer la primera prueba. Y treparon hasta el lomo del dragón para sentarse allí arriba como imaginaron, pues esta vez, le habían colocado una rienda de cadena de hierro para sujetarlo si es que no iba en dirección indicada y una fingida silla de cuero curtido de toro enganchado con unas cuerdas a las escamas; y, en seguida emprendieron el primer vuelo: por primera vez el dragón corrió unos 200 metros sobre el césped del estadio antes de elevarse sobre el Castillo Prohibido bajo el mismo cielo plomizo y ascender en forma espiral. Al cabo de unos instantes, desde arriba Jeronimo y Wawa con aquel frío aire aferrados uno detrás de la otra avistaron alegremente las numerosas y raras torreones del castillo Titikaka también del mismo color plomo, cubiertas por curiosas atalayas.
—Me parece una cosa muy grande el castillo—dijo Jerónimo, mientras alcanzaban el nivel de las montañas encrestadas silbándoles el viento a los oídos, más luego tocaron el cielo plomizo, y divisaron mejor desde allí en toda su amplitud el lago oscuro del Titikaka, bordeado por los bosques de pinos en las faldas de las montañas.
—Me pregunto qué tan grande es vista desde aquí arriba—quiso saber Wawa.
Continuaban describiendo más círculos con los ojos bajos sobre el castillo Titikaka. Parecía ésta más antigua de lo que pensaban, con su color intenso gris oscuro.
—No podemos saberlo, además está oculta entre muchos árboles espinosos.
—Probablemente fue palacio real de algún rey que...
Ciertamente el castillo Titikaka era tan grande que se encontraba entre el lago y el estadio, y a la vez, éstas estaban en medio de las 4 aldeas más importantes. Las aldeas estaban en direcciones precisas, dentro de los 4 puntos cardinales partiendo desde el Castillo Prohibido en un radio de unos 50 kilómetros. Sin duda la aldea donde vivían Wawa y jerónimo estaba al sur, y era la que ahora avistaban al dar rumbo.
—¡Ahí está Wayambray! —gritó Jeronimo.
Acababan de ver la aldea por primera vez, desde arriba en toda su extensión con su plaza circular al centro que ahora les parecía del tamaño de una pelota de tenis. Las casas de la aldea ahora parecían diminutos juguetes reunidos al rededor de la plaza.
—Sí, desde aquí todo se ve mejor—respondió Wawa tratando de ver también las otras aldeas.
Reconocieron todo, incluso la casa donde vivía Jerónimo, y cómo no también la casa de Wawa, a la orilla del río.
—¿A donde iremos ahora?
—Vamos a dar una vuelta por allá—indicó Wawa girando y dando un tirón del hocico del dragón con la cadena de hierro.
Y se dirigieron rumbo al oeste, dejando atrás el Castillo Prohibido y quedó también igual Wayambray. Y en unos cuantos minutos más surcaban el cielo sobre otra aldea más, en donde descendieron describiendo amplios círculos, siempre planeando a una altura de unos dos kilómetros.
—Es la Pantirway—dijo Wawa.
Era casi tan igual a Wayambray con su plaza circular, y en seguida giraron el hocico del dragón hacia el norte. Después de media hora estaban nuevamente sobre otra nueva aldea.
—Ahí está Kambray—señaló Jerónimo galopando sobre el dragón a la espalda de Wawa.
La tercera aldea ya no era parecida a las aldeas anteriores. Esta aldea a diferencia de las otras estaba a la orilla del mar con palmeras y playas alegres.
Después de haber observado todo desde allí arriba por casi más de veinte minutos se dirigieron otra vez al oeste, y ahí de nuevo aparecía la última aldea. A diferencia de las otras anteriores esta estaba repleta de mucha gente. Entonces señaló Wawa con el índice del dedo:
—Ahí está Zamvorway—dijo inclinándose para apreciarla mejor.
—Dicen que aquí vive el Alcalde. Y es su aldea favorita.
—Oh, el hombre que vimos en la plaza... ¿verdad?
—Sí—esta vez intercambiaron miradas extrañas.
Wawa sintió que un escalofrío se le subía por la espalda, pero sin embargo descendieron para aparecer de repente por detrás de un pequeño cerro.
La aldea Zamvorway estaba llena de gente en los alrededores, con la diferencia de que algunas personas habían acampado en multicolores carpas sobre escasas hierbas amarillentas, al pie de los raquíticos eucaliptos bajo sus escasas sombras. Esto les hizo suponer que eran visitantes o excursionistas. Sin duda era la aldea más fea que habían visto hasta ese momento. Su sombra del dragón era enorme cuando se deslizaba por el suelo sorpresivamente y salieron detrás del cerro; y cruzaron sobre la plaza circular. Aquellas personas a esa hora del medio día estaban celebrando un día especial, alguien se casaba, y estaban compartiendo ricos manjares, con sus invitados.
Sobre el césped, varios cerdos y venados se estaban asando al fuego lento sobre una montaña de brasas, despidiendo un olor apetecible.
—Mira las mesas repletas de tortas—dijo Jerónimo, relamiéndose la boca señalando hacia abajo con el dedo, desde allí arriba. En efecto un enorme castillo nevado de torta se sostenía milagrosamente sobre una mesa.
—También hay muchos niños allá abajo—contestó Wawa observando a un grupo de niños que se aglomeraban para pisar la sombra, y que los miraban desde allí abajo todos boquiabiertos, con los ojos muy abiertos como si eclipsara el sol con el cuerpo del dragón.
— ¿Tú crees que podemos bajar a comprar un platillo de mazamorra de moras?
Se opuso meneando la cabeza.
—No, será mejor que volvamos a nuestra aldea, tal vez nos metemos en problemas...—dijo Wawa deliberando.
—Quién sabe que también odian dragones, ¿no?
En un momento aquellas personas levantaron las caras para arriba, todos parecieron claramente serios; se habían sorprendido creyendo que se trataba de una invasión, incluyendo los personajes que parecían más importantes y que era un hombre y una mujer, estaban sentados a la cabeza de la larga mesa repleta de platillos vacios. El hombre se puso de píe de un salto, y se cubrió la cabeza con la capucha de la sotana oscura. Parecía frustrado disgustado, y se quedó inmóvil rechinando sus dientes.
Pero ellos mejor prefirieron pasar riendo como si nada, hablando en voz alta y gritando a todo pulmón para saludarlos agitando las manos a todos. Mejor era caerlos bien a aquellas personas.
El personaje de sotana oscura todavía permanecía de pie como una estatua de brea, al parecer ciertamente completamente disgustado con lo que veían sus propios ojos.
—Es el alcalde—susurró Wawa dándose cuenta muy tarde.
—¿Ahora qué hacemos?—preguntó Jerónimo.
—No sé—respondió Wawa, como preocupada.
—Creo que no le gustará a...
—Vamos, salgamos de aquí...
En seguida salieron rápidamente de allí como si una ráfaga de viento los echara fuera de la aldea.
Pronto un cuarto de hora después, ambos se encontraban, atravesando el cielo de una de las aldeas de vuelta.
De otra parte volvían contentos de haberlas visto las cuatro aldeas desde las heladas nubes; mirando desde allí arriba, por primera vez, hasta que más tarde estuvieron nuevamente sobre la aldea. Wayambray, una vez más les parecía tan fría, rodeada por altas y sombrías montañas vestidas de blanco.
— ¡Qué aventura!—dijo Jeronimo cuando una vez aterrizaron en la plaza circular.
—Es la primera—contestó Wawa echando los ojos a los escasos curiosos niños simpatizantes que se habían reunido aplaudiendo con las manos cálidas. Quien sabe, estaban por ahí también la hija del alcalde y sus amiguitos. Era probable que estuvieran allí en vez de estar disfrutando de carne asada en Zamvorway porque el auto de color rojo estaba otra vez aparcado a un lado del borde de la plaza.
Claro que no se equivocaron al reconocerlos a Pulpina y Owen con sus nuevos pantalones jeans y zapatillas, echados sobre el pasto acompañados con algunos otros niños más de su grupo, parecían completamente serios, todos con los labios fruncidos como notablemente disgustados también.
Y el dragón una vez llegado al suelo de la estancia respiró jadeante, botó un poco de fuego azul por el hocico fruncido, y estiró las alas poderosas agitando antes de guardarlas para después descansar hasta la próxima nueva aventura cuando lo necesitaran.

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