En una noche mientras Wawa se mantenía despierta en su dormitorio, se presentó por segunda vez, el duende de ojos grises con su habitual sonido de chasquido de látigo sembrando estrellitas plateadas en el aire que iluminó toda la habitación. Al principio ella se sobresaltó de susto, pero reconoció que se trataba del mismo duende que les apareció en el estadio, aquella vez en medio de tanta nieve. Ella se restregó los ojos, para asegurarse bien de que era real. Aumentó al máximo la luz del lamparín de la mesita. Seguidamente se puso una buena almohada a las espaldas para sentarse bien. Y, le invitó cortésmente que se sentara en la única silla. No podía adivinarlo las razones de la sorpresiva visita esta vez, ni mucho menos a esa hora. Mientras tanto el duende, seguidamente, una vez ya sentado se ocupó varios segundos, rebuscando algo en su bolsillo dando una impresión de que una visita como ésta se hubiera repetido tantas veces. Y, con los ojos fijamente atentos, a la expectativa Wawa aguardó para escuchar qué iba a decir en seguida el duende visitante.
Esta vez tenía que ser ella en preguntarle:
—¿Y qué se te ofrece hoy, señor Gruby?
La miró el duende, se atusó la barba blanca suavemente como si no supiera por donde abordarlo el tema. Tenía el rostro curtido y el cabello desordenado al borde de una gorra negra, con sus fríos ojos grises. Y soltó un gruñido.
Wawa ciertamente todavía tenía mucho deseo en saberlo cualquier noticia de, qué había pasado con el dragón en aquella tarde del jueves; quería conocer con prontitud siquiera al menos, cómo murió si es que supiera algo de verdad, el duende. ¿Qué iba a decir ahora, que ya no estaba el dragón? Esperaba con angustia, un momento como este, de que alguien se lo dijera, el por qué tuvo que morir así. Entonces el duende visitante que ahora estaba en la habitación de ella, sí tenía conocimiento del nuevo paradero del dragón.
Todavía se acomodó sobre la silla, cuando al mismo tiempo se colocaba la punta de una pipa en la boca. Traía una buena noticia para ella, venía para decir algo que la hiciera recuperar la esperanza perdida. Así que no se hizo esperar más, en seguida se aclaró la garganta ruidosamente, y dijo:
—El dragón estuvo prisionero en el Corazón de Kewñawayko, en un túnel subterráneo en las entrañas de la montaña controlado por un malvado personaje. También acaba de rescatar a una princesa.
Wawa había abierto los ojos como un par de platos al oír esto, como si se abría tragado la lengua.
—¿Qué es eso, lo que dices?
El duende en una fracción de segundos la miró, llevándose esta vez la impresión de que parecía como si ella, ésta vez, no fiarse de él.
—Lo que me oíste, Wawa—dijo suavemente con seguridad.
—Un lugar, Corazón de Kewñawayko—pronunció ella bajando la voz, como si en la garganta se le atascara las palabras.
Wawa estaba ahí sentada, inmóvil con las aletas de la nariz latiéndole, como si habría pronunciado una palabra que la decepcionase el resto de su vida; y el duende permanecía allí, como si descansara de verdad por estar fatigado de haber viajado por todo el camino a toda prisa. Apenas se le notaba lo contento que estaba con lo que acababa de comunicarla, la buena noticia. Y, de pronto caló su vieja pipa que estuvo fumando como si con esto se sintiera algo más cómodo, compensara ante una circunstancia como ésta.
—Sí, es un lugar desagradable. Allí está la prisión más famosa de los monstruos que consideran peligrosos. No hablo del dragón. Sino es en donde estuvo el dragón prisionero, capturado por un personaje muy cruel que no cree en nada, y nadie es más que él, y que se encarga de encerrar a las bestias.
Wawa soltó un sonido extraño al oír esto como un grito mudo y separando las cejas en señal de mucho miedo al imaginar aquél lugar y el personaje que tendría que tener alguna forma horrorosa que seguramente se parecía al mismo alcalde de Zamvorway, pensar ciertamente de que nadie puede ser más de lo que es, en su propia opinión, o ¿era el mismo el que lo dinamitó el torreón del castillo Titikaka?
—Incluso hay personas.
—¿Personas en aquella prisión?
—Sí; ésta vez a triunfado la maldad—puntualizó el duende como si estuviera dispuesto a aceptarlo.
Wawa, suspiró como si aquellas personas que purgaban la condena entre monstruos fueran sus conocidos.
Y después, ¿Cómo había llegado el duende tan rápido desde un lugar muy lejano entonces? Pues, no podía explicarse hasta que obtuviera algunas respuestas más, al respecto. Entonces no tuvo más duda de preguntárselo, si es que no se molestara en responderla:
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Por medios mágicos que... naturalmente—dijo sin incomodarse el duende.
Wawa de repente salió de la cama, y se precipitó para descorrer la cortina antes de abrir la ventana, y echó la vista fuera, pero topó con la enorme cara de la luna que la arrojó contra ella una gran oleada de luz pálida. Y en el fondo de esa noche la voz del río se oía musical como un lejano concierto de ópera. Sin querer aspiró una bocanada de aire de la noche antes de volverse. Luego se volvió a meter en la cama, para preguntarle al duende a continuación:
—¿Quieres decirme que el dragón vive y que volverá a la aldea, mejor dicho al castillo Titikaka?
—Así es—respondió con seguridad el duende, con un brillo en los ojos y agregó—, volverá al castillo Titikaka. Aunque está resentido por el... ya tú sabes, por esa explosión en el torreón.
Al fin, había llegado el momento en que Wawa no se lo imaginó de que en una noche como ésta, supiera de qué había pasado con el dragón después de aquella terrible explosión en el castillo. Estaba contenta al recibir esta noticia deseando, de que fueran ciertas las palabras del duende. Y, ésta vez le preguntó más interesada que nunca en oír lo que decía el duende:
—¿Y dónde está ahora?
—En camino. Viene para acá—anunció el duende.
Y, ciertamente Wawa acababa de convencerse con las palabras del duende, de que el dragón estaba sin duda en camino de retorno.
Emocionada ella, hasta la iba floreciendo una sonrisa en el rostro como si en cualquier momento estallara en una carcajada, por lo que aguardaba la tan esperada visita sorpresiva de un gran amigo, después de unas largas vacaciones y exclamó, diciendo:
—Oh, no lo puedo creer. Será grandioso.
El duende chupó una vez más su pipa, extrayendo el humo hacia sus pulmones lo más arto posible que pudo, y lanzó gruesas volutas de humo al aire llenando la habitación con olor a estiércol de dragón. Hacía un buen tiempo que no fumaba, como en esta ocasión.
—Mañana en la mañana: a las 8 estará aquí—había dicho estas palabras, cerrando así de esta manera satisfactoriamente la conversación, como si habría cumplido con su misión para el que había venido: para anunciar el retorno del dragón al castillo de las aldeas y volvió a guardar su pipa como si eso era todo lo que tenía que decir, para luego ajustarse una hebilla de una de sus botas. Wawa al haber oído esto, quiso mostrarle unas fotografías recientes que habían revelado del dragón, y echando los ojos a un lado metió la mano en una caja debajo de la cama, cogió el álbum gordo. Al fin quedaba emocionada en una noche como ésta con esta noticia de que pronto volverá a verlo a su amigo dragón.
—Ojalá que...—dijo Wawa abriendo el álbum de fotos para mostrar, y cuando volvió los ojos hacia donde estaba sentado el duende, éste había desaparecido. Sólo estaba flotando algunos rastros de humo en el aire.
Meneó ligeramente la cabeza suspirando sonriente de alegría por esta noticia y se echó hacia atrás, dejando a un lado el álbum de fotos, sabiendo de que el dragón no ha muerto, tal como hablaban los aldeanos erróneamente desde la explosión ocurrida en el campanario, y volvió a cubrirse con la sábana hasta la barbilla al sentir el aire frío. ¡Y si pudiera se lo comunicaría también a Jerónimo¡ a cerca de la aparición del duende anunciando el retorno del dragón a la aldea. Pero el teléfono lo tenía apagado en ese momento. Se calmó pensando que le contaría por la mañana de que el dragón no ha muerto aquella vez aplastado como un gusano en las entrañas del campanario, tal como todo el mundo creía hasta ese momento, sino que salvó de morir; que está vivo y que volverá el siguiente día, en cuanto saliera el sol.
El resto de la noche durmió tranquila, aunque se despertó con un sueño un poco raro, donde visualizó claramente una parte: el dragón en medio de la plaza de la aldea Wayambray rugía; lanzaba llamas en todas direcciones, furioso y estrujaba un auto rojo que pertenecía a Pulpina , mientras Wawa pedía a gritos que no lo hiciera ese daño por el amor de Dios, y Jerónimo estaba transformado en un hombre adulto que estaba azuzando como jinete; mientras esta escena filmaban unos hombres para una película, rodeándolo con muchas cámaras apuntando hacía él. Entonces el jinete del dragón que era Jerónimo bajó de un salto y se perdió por una de las calles entre las casas con una espada ceñida a la cintura. Y también en seguida el dragón echó a volar hacia la aldea Zamvorway. “¡Qué sueño tan extraño!” pensó en voz alta Wawa, al abrir los ojos..
En realidad, ella sabía que nunca algún cineasta se lo ha pedido eso: para rodar una película en la aldea Wayambray.
Cuando abrió los ojos estiró la mano para coger el teléfono móvil que había estado sonando con el tono de voz del ladrido de un perro, y era Jerónimo:
—¿Aló?
—Soy yo—dijo Jerónimo con su voz delgada.
Ella se apresuró para contarle sobre la aparición del duende, lo del dragón que aún vivía y también se lo dijo su extraño sueño, él se rió. Le comunicó, de que el dragón estará en la aldea antes que saliera el sol a las 8.
“Oh, Wawa no lo puedo creer” había dicho él, desde el otro lado, al auricular.
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