martes, 28 de julio de 2009

Un momento de recuerdo

Era aquel día jueves, hasta que la señora Efifania había dejado de vivir, sin avisarla nada. Las únicas palabras que habían podido captar los oídos de Wawa de entre los marchitos labios de la anciana en el último momento, fueron: “cuida la gata..., es tu madre...” Y después, como había dicho: toda la casa era de ella; y más la gata vieja. En cuanto la gata todo el tiempo permanecía dormida sobre su cama como si estuviera profundamente deprimida aunque este comportamiento no parecía ser posible en ella. “Las mascotas que podrían estar muy cerca de las personas podrían ser peligrosas para la salud, muchas veces” era su opinión de ella. Claro que no odiaba a la gata sino simplemente no la quería tenerla tan cerca como dejar que durmiera sobre su cama, y se deslizara debajo de las sábanas cuando una vez ella cerraba los ojos. Aborrecía esto por muchas razones, y a veces despertaba con la gata ronroneando sobre su cuello; su comportamiento de la gata era como si estuviera desesperada por recibir afecto de ella; y ella estaba empezando a repudiarla, la quería estrangularla, se juraba envenenarla (aunque no iba a poder eso); pero siempre estaba apegada a ella hasta que se cansó de botarla y golpearla, casi terminando romperlas las costillas todas las mañanas al despertar.
Pero en una noche de aquél día, mientras una tormenta golpeaba violentamente el cristal de las ventanas, la gata estaba durmiendo enroscada plácidamente como de costumbre esperando hasta que se quedara dormida Wawa, y, deslizarse otra vez debajo de las suaves sábanas; pero, en vez de esto como lo hacía habitualmente, de repente la gata en un momento abrió los ojos como dos faroles de un semáforo, agitó la cola empezó maullar enloquecidamente como si un invisible gigante Zombi hubiera penetrado en la habitación y quisiera matarla ahí mismo: y como una sombra borrosa salió en menos de medio segundo por la ventana aventándose hacia la oscura noche. La gata jamás volvió, ni ella se preguntó a donde había ido, aunque en el fondo eso deseaba, porque estaba harta de tenerla encima.
Y tiempo después, Wawa todavía mantenía olvidada aquella gata que en una noche escapó sin dejar rastro, así ella quedó en paz, a pesar que tuviera certeza de que por ahí en los campos podría estar con vida, o tal vez cazando ratas en las alcantarillas como hacen cuando escapan.
Y otra cosa, Wawa alguna vez pensó en irse en busca de otra ciudad, sabía algo de la existencia de una tal ciudad llamada Cusco, soñaba que la adoptaran, alguna familia aunque sea sin dinero, porque deseaba tener una mamá, papá y hermanitos. No soportaría seguir viviendo solita en aquella casa, peor las acusaciones de alguien en la aldea por los problemas causados por el dragón (que un día hallaron en la montaña con Jerónimo). Ella parecía ser de ninguna parte, y su mejor amigo en esta aldea era Jerónimo, aunque esto la causaba una alegría consoladora en ella; y al parecer últimamente había descubierto de que, quien más la destetaba en la aldea era Pulpina, la hija del alcalde (pero ninguno odiaba mortalmente como este último, al igual que a su propio rival, el desaparecido Winslao) aunque ella no pertenecía a Wayambray, pues ella venía de Zamvorway pero siempre aparecía a menudo imprevisible bien acompañada en su auto nuevo descapotable de color rojo eléctrico.
Horas largas habían pasado. Wawa se tumbó para atrás con la cabeza sostenida entre sus manos, todavía centrada el pensamiento en muchas cosas a la vez. Después en un momento echó los ojos sobre el sitio que la pareció ahuecado donde acostumbraba enroscarse la aborrecida gata peluda, como si realmente estuviera en ese momento allí, pero hizo una rápida memoria de que ya no estaba con ella, desde hacía un buen tiempo.
Ahora debía preguntarse qué harían con el dragón, aunque éste ya no era cojo ni débil, sino hasta había corrido su propia aventura, después de escapar de la muerte.
Había permanecido así infinitamente por más de una hora, sobre la cama, luego con los ojos clavados en el techo volvió dilucidar. No era nada, sólo estaba recordando cosas. Y después se levantó de un salto al ver una diminuta araña que bajaba del techo, la atrapó cerrando los ojos, abrió la ventana la arrojó fuera al mismo tiempo que captó las voces, los gritos, las risas de la gente que provenían de la plaza, y esto la sacó de sus imaginaciones.
Y, cuando finalmente se decidió bajar de su dormitorio se calzó las zapatillas blancas, y bajó con pisadas tambaleantes por las escaleras, hasta que se encontró en la sala del piso de abajo. Al acercarse a la mesa se sirvió un vaso de agua mineral, bebió de prisa con delicadeza para salir de sí, luego se dirigió fuera de la casa atravesando el jardín con pisadas firmes en dirección hacía la plaza, como para disfrutar del sol. Allí se encontraba el dragón, tan reluciente bajo el mismo sol, demostrando los extraños colores cambiantes en cada placa metálica de su cuerpo, que eran sus propias escamas, todavía fotografiado por algunos curiosos entusiastas que quedaban a pesar de haber pasado ya unos 5 horas desde su retorno.

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