
Cuando llegó a la plaza circular se quedó a espaldas de nuevos curiosos que habían rodeado el dragón, como si de tan pronto habría adquirido mucha fama.
Echó los ojos como si fuera por primera vez girando sobre su talón, y encontró a su entorno las numerosas casas macizas revestidas con maderas oscuras, sembradas alrededor de la plaza: surcadas por numerosas anchas calles prolongadas empedradas que se perdían. Y aún la tenía ella la pregunta porqué vivía en una aldea como ésta cuando no estaban sus padres. La dolía la cabeza al pensar como si estuviera haciendo mucho trabajo con esto, y se dejó caer sobre una silla vacía que alguien había dejado. Ella a veces creía, de que no pertenecía a esta aldea. Pero si alguna vez pensara renunciarla, sin duda no sería fácil, la costaría olvidarla, la dolería en el alma: una aldea donde había conocido a Jerónimo; y el dragón que estaba ante sus ojos. Eran como si fueran sus últimos y mejores amigos. Pensar que había vuelto después de una aventura, trayendo a una extraña mujer, después de haber desaparecido en una tarde, como aquella vez. Lo cierto es que, Wawa Wiwa aunque seguía allí atravesada la cabeza de pensamientos como este, la tarde estaba intensamente soleada, y se la secaba la garganta.
Y, todavía recordaba también las palabras del duende, de que el dragón había rescatado del peligro a una princesa, que en su propia opinión no podía ser más que otra: que la que todavía continuaba dormida delante de sus narices. Aunque de esto nadie más sabía que ella.
Jerónimo llegó con dos copos de chocolate helado como la nieve, sosteniendo en ambas manos.
—Es para ti—dijo a tiempo, luego, dando un lengüetazo que se le derretía, agregó—finalmente yo y mi familia hemos decidido que te vengas a vivir con nosotros a nuestra casa, hasta que por lo menos, comience la temporada de la escuela. Llevaremos también a tu gata dormilona.
— ¡Oh!, había olvidado.
—Gracias. Te dije que la gata pulgosa desapareció hace mucho—agradeciendo le recordó Wawa Wiwa.
En seguida Jerónimo y Wawa lamieron gustosamente sus helados de nieve contentos casi olvidándose de todo.
— ¿Sigue dormida esa mujer?
—Sí, continua así—respondió Wawa preguntándose, cómo se llamaría.
La mujer se hallaba dormida profundamente, sin siquiera moverse; sin que se diera cuenta que, dónde estaba, bajo esa sombrilla multicolor que alguien había plantado sobre el césped para que estuviera fresca hasta que decidieran qué podían hacer con ella. Y su cabellera oscura la cubría la cara todavía sin revelar el color sus ojos. Y, un viejo aldeano daba vueltas por allí con los brazos cruzados a la espalda, como estudiándola profundamente, negando con la cabeza, y su mejor opinión era:
—Seguramente fue picada por esa araña—señaló con el índice y se precipitó—, quitémosla tan pronto... y después de 30 días despertará...
Era una araña diminuta que estaba saliendo de una de las ventanas de su nariz, y retirándola la aplastó con la planta del zapato, la araña había intentado escapar a todo correr haciendo bailotear al viejo aldeano.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario